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Salamat, Cebú: Apuntes sueltos sobre la Cumbre de Medios Ciudadanos de Global Voices

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Hace una semana desde que terminó la Cumbre de Medios Ciudadanos de Global Voices [1] en Cebú, Filipinas, a la cual tuve la suerte de asistir. Cuarenta horas de vuelo después, llegué a este país convulso y confuso al que llamo hogar, y dormí treinta horas seguidas (en serio) hasta alcanzar algo semejante al equilibrio. No en vano Elena [2] me dijera que el alma y el cuerpo viajan a distintas velocidades: apenas hoy, después de atender algunas responsabilidades urgentes y tomarme el resto del fin de semana para estar sola con mis demonios, alcanzo a poner cierto orden en algunas ideas que rondan mi cabeza desde esa semana hermosa y agitada, en la que tuve la dicha de volver a ver a personas [3] a las que quiero [4] muchísimo [5] y tenía años sin ver, a otras personas a las que quiero muchísimo y nunca había visto en carne y hueso [6], y a gente a la que no conocía y que ahora considero mis amigos.

Espero publicar en los próximos días (ya sea en español o en inglés) las notas concretas sobre las diversas actividades en las que participé; este post no se trata de eso, sino apenas de dejar constancia del estado emocional -una mezcla de depresión post-summit [7] y gratitud infinita- en el que me encuentro al aterrizar en casa, en la realidad y en el trabajo cotidiano de nuevo.

Global Voices [8] está cumpliendo diez años desde que fue creada por Rebeca MacKinnon y Ethan Zuckerman, y yo tengo la fortuna de colaborar como voluntaria (específicamente con el proyecto Advocacy [9]) desde hace cuatro. De pronto suena a locura semejante compromiso, en particular cuando la gente pregunta por qué entregamos nuestro tiempo y trabajo “a cambio de nada”. Quienes lo ven así, por supuesto, no conocen a Global Voices y no tienen la menor idea de todo lo que recibimos a cambio.

Una familia que llega a cada rincón del mundo

Muchos de los voluntarios de Global Voices son emigrantes en una u otra medida; otros tantos, aunque vivimos en nuestros países de origen, tenemos serios problemas para sentirnos cómodos en cualquier lugar. En parte, creo yo, se debe a la sensación ineludible de que el mundo está mal, profundamente mal, y de que es muy poco lo que podemos hacer al respecto, aunque sigamos intentando. Es por eso que el arraigo, la aceptación y la sensación de comunidad que viene de pertenecer a GV es, posiblemente, nuestra mayor retribución.

Es algo especial estar en una habitación con más de cien personas y sentirte a salvo, seguro, saber que compartes valores e ideales con todos ellos, saber que todos, incluso los que aún no conoces, son tus amigos. No de una manera estúpida, tarjeta Hallmark, sino de manera genuina: saber que puedes sentarte al lado de cualquiera e iniciar una conversación genuina, tal como cuando teníamos cinco años y para hacerte amigo de alguien bastaba con invitarlo a jugar. Se vuelve fácil cuando todos llevamos el corazón en la mano, cuando aceptamos como algo evidente la buena fe de la gente.

No es necesario, tampoco, estar en una cumbre -se realizan cada dos años- para sentirnos así. Donde sea que haya un GVer, tenemos un lugar. El mundo, de pronto, deja de parecerte extraño: es sólo un enorme, inmenso hogar que aún no has conocido.

Voces para aquellos que no tienen voz

Creo que lo más sorprendente de formar parte de un proyecto que crece de manera orgánica, que se mueve en la medida en la que los miembros de la comunidad cambian, evolucionan y aspiran a cosas nuevas, es darnos cuenta de que los valores en los cuales se funda Global Voices siguen siendo los mismos de hace diez años, y que esos valores siguen guiando nuestras acciones como comunidad, nuestros planes y proyectos, sin importar cuánto cambien las herramientas o cuánto se reconfiguren las redes que construimos.

Creemos en la libertad de expresión: en proteger el derecho a hablar – y el derecho a escuchar. Creemos en el acceso universal a las herramientas de expresión.

Con ese fin, queremos empoderar a todos los que deseen expresarse para que tengan los medios de hacerlo – y para aquellos que quieren escucharlos, los medios para oírlos. ((Del manifiesto [12] de Global Voices))

Para quienes hacemos voluntariado, la vida puede a veces convertirse en una experiencia frustrante y dolorosa. Terminas sintiendo que nada de lo que haces es suficiente, sin importar cuánto te esfuerces. Para mí, pertenecer a Global Voices es de alguna manera un refugio contra esa sensación; estar, al menos por una semana, entre esta gente extraordinaria y sentir que, aunque individualmente quizás resulte difícil, todos juntos somos capaces de lograr cambios reales, de construir cosas duraderas.

2014 fue un año extremadamente difícil para mí, un año que terminé sumida en una profunda depresión y sin ganas de continuar. Por eso, cuando me dijeron que iba a participar en la Cumbre de Global Voices en enero, supe que sólo tenía que resistir unas semanas más, que reunirme con esta gente iba a recargarme las pilas, a restituirme la esperanza, a devolverme las ganas de trabajar.

Como siempre, no me defraudaron.